¿Cuáles son las características de un plan de hosting?
Ancho de banda
El caudal de datos que puede transmitirse entre un sitio web, los ordenadores de los usuarios e internet a lo largo de un período determinado constituye el ancho de banda. Para negocios pequeños, con solo unos pocos miles de visitas mensuales, el ancho de banda no suele ser una preocupación. Pero, a medida que el tráfico crece, el ancho de banda se vuelve crucial –entre otras cosas, afecta de lleno a la velocidad y al rendimiento.
Una regla de uso es multiplicar el número de visitantes diarios por el tamaño medio de nuestras páginas web y por el promedio de páginas a las que accede cada visitante. Así, obtenemos el ancho de banda diario. Si lo multiplicamos por 30 días, tendremos una buena estimación de nuestras necesidades mensuales.
Por ejemplo, digamos que mi blog, trantrán.es, en el que hablo de la cantante Rosalía, recibe 1000 visitantes diarios. Mi blog consta de una única página de 100 kilobytes, de modo que, a diario, consume un ancho de banda de 100.000 kB, es decir: 100 megas diarios. A lo largo de un mes, consumirá, de media: 30 x 100 megas = 3000 megas = 3 gigabytes diarios.
Es muy aconsejable multiplicar esta cifra por uno o por dos para dejarse margen de maniobra si un día logramos volvernos virales o el tráfico es intenso debido a fenómenos estacionales (p. ej., el Black Friday).
Espacio en disco
Lo primero, recuerda este nombre: unidad de estado sólido, o SSD por su acrónimo en inglés. Esta tecnología, que remeda la de las tarjetas de memoria flash de toda la vida pero a mayor escala, es prácticamente un requerimiento hoy en día. La velocidad con la que será posible acceder a nuestros archivos será muchas veces superior a la que podremos alcanzar con los discos duros antiguos y su matraca magnética.
Más allá de investigar este punto con nuestro proveedor de hosting, hemos de tener presente que el espacio en disco, aunque fácilmente ampliable, no tiene como objeto guardar en él nuestra biblioteca de iTunes o nuestra colección de fotos; los contratos con los servicios de hosting, de hecho, suelen dejar meridianamente claro que solo podrán guardarse en nuestra cuenta aquellos archivos imprescindibles o directamente relevantes para el funcionamiento de nuestra web.
Si contravenimos estas condiciones, lo más habitual es que sintamos la venganza de nuestro anfitrión en línea en forma de estrangulamiento de nuestro ancho de banda –y, con ello, ¡directamente en nuestro bolsillo!
Certificado SSL
No, la SSL no es una talla de camiseta “Súper-súper-grande” –aunque a algunos nos vendría requetebién. En realidad, los certificados SSL son archivitos que se intercambian entre los dispositivos que participan conjuntamente en una transacción en internet. Ello incluye, en su modo más simple, la mera visita de un internauta a una página web.
Ese diminuto archivo va a contener información sobre las organizaciones o las personas participantes. En el caso de una empresa, podremos consultar cosas como sus estatutos, por ejemplo. En el caso de individuos, quizá encontremos en el certificado la fotografía que figura en el carné de conducir de una persona. Toda esta información se guarda en el certificado para atestiguar quién está realmente interaccionando con quién. Además, el SSL establece una conexión encriptada y, por ello, más segura.
En este apartado, la regla es sencilla: No SSL, no party, que dicen los millennials. Para no ser cargantes con tanto anglicismo: sin certificado, no hay trato. La brecha de confianza que se abrirá entre nuestro sitio web y un usuario que no identifique el consabido icono del candadito – epítome del protocolo https://– será el abismo donde se hundan todas las expectativas de nuestro negocio.
Dominio
Solía decirse de los ordenadores que eran “los tontos más listos del mundo”: lo hacen todo muy bien, pero hay decirles constante y exactamente cómo –que es en lo que consiste la programación. Y, para comunicarnos con ellos, hemos desarrollado muchísimos lenguajes (C++, Python, Basic, Java y cientos más) que actúan de interfaz entre los programadores, que son humanos y emplean palabras, y los ordenadores, que son máquinas y solo entienden de números.
Algo parecido sucede al nivel de los sitios web: los ordenadores los identifican y localizan a través de las llamadas direcciones IP, que no son sino ristras numéricas difíciles de gestionar para nuestros cerebros. Tu madre no te dice: “Javier, acércate a 560.894.08.234 a comprar el pan”. “560.894.08.234” será, para nosotros, “la panadería de Pepe” o “la panadería” a secas. Para reconciliar estas diferencias entre personas y máquinas, surgen los dominios.
Los dominios son nombres que se eligen para que los usuarios tengamos bien claro a dónde accedemos cuando las introducimos en el navegador. Por ejemplo: “panaderiadepepe.com”. Esas terminaciones, “.com”, “.es” y demás, impondrán que paguemos más o menos a la hora de registrar nuestro dominio –trámite ineludible y que nos obligará a un pago periódico.
Sin embargo, para nuestro ordenador, “panaderiadepepe.com” se lee como “560.894.08.234”. Aquí no hay vuelta de hoja.
Disponibilidad
Hoy en día, encontramos proveedores de servicios de hosting –en particular, empresas de alojamiento web en la nube— que publicitan disponibilidades del 100 %. Ello significa que nos garantizan que nuestro sitio web estará siempre accesible. Esto es algo que puede haber sucedido en retrospectiva, pero es estrictamente imposible de garantizar.
Los servidores requieren de mantenimiento. Tiene que actualizar su software, ampliar su memoria, restaurar bases de datos que se corrompen… Y sufren ataques informáticos de lo más variopinto, desde intrusiones para robar datos a ataques de denegación de servicio. Un huracán o un terremoto pueden arrasar su infraestructura, o causar un apagón eléctrico que dure días. La combinación de errores previsibles e incidentes imprevisibles es demasiado potente como para ignorar que existe, siempre, el riesgo real de que nuestro sitio web se “caiga” de la red.
Con todo, el acceso virtual a distintos servidores que permite el hosting en la nube parece haber desatado las ínfulas de ciertas organizaciones. Desde aquí, te prevenimos contra ello, y te recomendamos que optes por ofertas menos fantasiosas. Disponibilidades del 99,95 % están a la orden del día y, aunque debemos siempre inquirir al proveedor sobre su infraestructura –que será costosísima si quieren responder a la expectativa que ellos mismos generan—, debemos también hacer un seguimiento de nuestro sitio web en términos de rendimiento: de poco sirve que un usuario pueda ver la página de nuestro negocio en línea si no puede efectuar compras a través de ella.
Velocidad de carga
Es difícil enfatizar apropiadamente la importancia de la velocidad de carga. Ya no vivimos en los tiempos del clic de ratón, vivimos en la era del roce de los dedos sobre una pantalla. Toda la interactividad que tanto nos maravilla y que compiten por mejorar todas las grandes empresas tecnológicas del planeta se basa en la respuesta inmediata a nuestros gestos, a nuestra voz o incluso a nuestra mirada.
En este contexto, un segundo de tiempo de carga equivale a una eternidad de espera. Tres segundos, a una eternidad de olvido. Es una realidad cruel pero cierta, medida por numerosos estudios que confirman, una y otra vez, que este es, probablemente, el factor crucial que decidirá el progreso o el descalabro de un negocio en línea.
Recuerda que tu negocio no flota solo en el vacío, sino que compites por el bien más preciado del universo digital: la atención de los internautas. Y esa atención es una atención dividida entre ventanas y pestañas que se abren y se cierran en un parpadeo. Si una de esas pestañas que se cierran es la de nuestro sitio web, tal vez no vuelva a abrirse nunca más para el usuario que la cerró.
Si dos planes de hosting difieren solo en esta característica, nuestra recomendación es esta: apuesta fuerte. Aquí, lo barato puede costarte muy caro.