¿Cuáles son las características de un plan de hosting?
Ancho de banda
Es un concepto simple. Si hablamos de las redes como de las “autopistas de la información”, el ancho de banda es el análogo virtual del número de carriles: cuanto mayor es ese ancho, mayor es el tránsito de internautas que visitan nuestro contenido en la red. En función del precio de nuestra suscripción, obtendremos un mayor o un menor valor máximo para nuestro ancho de banda.
Espacio en disco
Hablamos constantemente de subir contenidos a la red o a la nube, lo que a veces puede hacernos olvidar que, a pesar de que nos movemos en un espacio virtual e infinito, nuestros sitios web van a utilizar archivos con peso (en kilobytes), medida y número. Por ese motivo, los proveedores de hosting nos asignan un espacio determinado en sus servidores para guardar nuestra correspondencia electrónica, los archivos de nuestras páginas web, o esas latosas bases de datos, más difíciles de ubicar que un jarrón chino.
Dado que las compañías nos cobran de forma más o menos proporcional al espacio que ocupamos en sus servidores, no está de más sentarse a hacer cuentas para tener una estimación de nuestras necesidades en este apartado.
Aquí es importante mencionar una tecnología específica y ya perfectamente asentada: las unidades de estado sólido —las consabidas SSD. Los discos duros tradicionales son un conjunto de piezas móviles con tendencia a una mayor lentitud de funcionamiento y un mayor riesgo de pérdida de datos. Las SSD, por el contrario, operan en comparación a velocidades estratosféricas y con mayor estabilidad.
Si nuestro sitio web es dinámico, el uso de SSD en nuestro servidor de hospedaje cae prácticamente de cajón; sin embargo, no debemos dar por hecho que todas las empresas lo incluyan en su servicio: al contrario, nos corresponde a nosotros cerciorarnos de este último extremo.
Certificado SSL
El binomio servidor-cliente establece conexiones de red susceptibles, como cualquier otra conexión, a su hackeo por terceras partes con oscuras intenciones. Para protegerlas de fisgones indeseados, se desarrolló una tecnología denominada SSL: la llamada “capa de conexión segura”, que garantiza el cifrado de las conexiones y preserva la confidencialidad de la información intercambiada.
En realidad, hay poco de novedoso en el uso de esta tecnología; hace ya mucho tiempo que constituye la norma en internet para todas las transacciones seguras. ¿O es que nunca habías reparado en ese “https://“ que precede a la mayoría de direcciones en tu navegador? Ah, ¿qué no? Pues así se inicia una interacción mediante SSL, alma de cántaro. En último término, lo que nos interesa de toda esta disertación es lo siguiente: el certificado SSL es sinónimo de fiabilidad, y nuestros potenciales clientes serán muchísimo más reacios a usar nuestro sitio web si no contamos con esta tecnología.
Dominio
Una vez hemos montado nuestro chiringuito de comercio electrónico, nuestra página web sobre cómo convertirse en vegano o nuestro blog de poesía dadaísta, la pregunta es siempre la misma: “Y ahora ¿cómo lo llamo?”. Aquí entran en escena los dominios, que desempeñan la doble vertiente de denominadores y direcciones en la red.
Los computadores emplean las llamadas direcciones IP, que son cadenas de guarismos. Son combinaciones difícilmente memorizables: más allá de cosas como códigos alfanuméricos entrañables, como RD2D2 y C3PO, buena suerte con que un usuario se aprenda que tu sitio web se llama 198.236.450.3 —y mira que es un número bonito. Los nombres de dominio reemplazan estos identificadores numéricos con algo más funcional.
Nos corresponde a nosotros decidir qué mejunje alfanumérico vamos a elegir como nombre de dominio, que puede combinarse, además, con las famosas extensiones del tipo .com, .org y toda la retahíla disponible. En cualquier caso, nunca estaremos exentos de pasar por el registro para dejar constancia de nuestra elección. Ello asegura, entre otras cosas, que todos los nombres de dominio sean diferentes: no hay dos idénticos. Siempre que alguien escriba www.frutaspacomolamazo.com en su navegador, acabará visitando la página web de la frutería de Paco.
Disponibilidad
Si hay un concepto tan crucial como —a menudo— engañoso, es el de la disponibilidad. En principio, es simple: la disponibilidad es el tiempo que un sitio web permanece accesible al público en la red. Sin embargo, es fácil que los proveedores caigan en la tentación de prometernos “el oro y el moro” bajo la forma de una disponibilidad infalible —cuando un 100 % de disponibilidad es, en realidad y por motivos técnicos, inalcanzable.
Pensemos en algo muy cercano al 100 %: por ejemplo, el 99,99%. Parecería una diferencia inapreciable, pero lo cierto es que, a lo largo de todo un año, nuestro proveedor de hosting gozará, en el segundo caso, de un margen superior a los 50 minutos de desconexión.
Esos 50 minutos cubrirán las paradas por mantenimiento y las posibles contingencias: desde fallos de los equipos o de su software, a un desastre natural que corte el suministro eléctrico de forma prolongada —o, sencillamente, el propio éxito de un sitio web que se vuelve viral en un momento determinado, colapsando los servidores.
Sin embargo, sin un negocio de hosting se anuncia con disponibilidades prácticamente absolutas, se está pegando un tiro en el pie en términos del tiempo que tendrá a su disposición para labores de reparación o mantenimiento. No es ningún secreto que las redes se caen más tarde o más temprano, por motivos de toda índole —y, en esos casos, nuestros contenidos no serán accesibles.
Por todo lo anterior, aconsejamos mirar con lupa tales anuncios, que deben estar respaldados por una infraestructura a la altura de lo que se promete: diferentes redes de servidores redundantes y con multiplicidad geográfica, tecnología de reflejos, sistemas de control de la humedad y temperatura del aire, matrices de almacenamiento, y un largo etcétera. E, incluso en estos casos, aconsejamos recelar de ofertas que prometan una disponibilidad absoluta.
Velocidad de carga
Sencillamente, la duración de los intervalos de carga para todos los elementos de nuestro contenido en línea. No te contamos nada que ya no sepas cuando decimos que un proceso de carga lento puede llegar a colmar la paciencia de nuestros visitantes o potenciales clientes —mucho antes, incluso, de lo que podemos imaginar. La vida es demasiado valiosa para desperdiciarla frente a una pantalla recalcitrante en su titubeo.
La velocidad de carga es, además, sinónimo de un mejor rendimiento también en otros aspectos. Los internautas prestarán mayor atención y serán más susceptibles a nuestros contenidos, mejorando las prestaciones de nuestro sitio web en términos de conversión monetaria del tráfico de visitantes, además de que ofreceremos una mejor experiencia de usuario. Todavía más: si queremos que los algoritmos de los buscadores nos emplacen más arriba en la lista de resultados, la velocidad de carga se ha convertido en un factor de peso —algo que no ha pasado desapercibido para todos los desarrolladores web.