¿Cuáles son las características de un plan de hosting?
Ancho de banda
Cualquiera que tenga una red wifi en su casa está familiarizado con este término. Los proveedores de internet nos cobran en función de cuántos recursos consumimos de su infraestructura. Para una red doméstica, es como beber de un río con una pajita —pero un servidor hace un consumo significativo de ancho de banda; si nuestro sitio web tiene éxito, el incremento de tráfico aparejado puede poner nuestro ancho de banda contratado al límite y forzarnos a contratar uno mayor.
Espacio en disco
Una forma de pensar en un servidor es la de que son equipos diseñados y configurados para, por así decirlo, trabajar en la sombra de internet, desarrollando una función esencial que nos permite a los usuarios obtener el máximo de nuestros dispositivos electrónicos personales. Entre otras cosas, los servidores almacenan toda la parafernalia de archivos que manejan los sitios web, de forma que estén accesibles para los internautas cuando accedemos a ellos.
Sin embargo, en esencia, un servidor no deja de ser un ordenador y, al igual que ellos, posee un número limitado de memoria RAM y de espacio en disco que es necesario gestionar. Por ello, el almacenado de nuestros archivos, correos electrónicos, imágenes, textos, etc. lleva aparejado un coste más o menos proporcional al espacio en disco que ocupen en el servidor.
El corolario es evidente: a la hora de contratar un servicio de hosting, lo ideal es que realicemos, previamente, un cálculo lo más aproximado posible de nuestras necesidades de espacio, y monitorizar su incremento para determinar cuándo podría ser necesario ampliarlo —lo que podría conllevar la migración a un nuevo servidor o plan de hospedaje.
Un elemento que marca la diferencia en términos de agilidad operativa y capacidad de almacenamiento de un servidor es la presencia o no de las famosas unidades de estado sólido, o SSD (el acrónimo en inglés para Solid State Drive). Es un avance tecnológico notable que se ha incorporado ya de lleno al mundo del ordenador personal y que, a pesar de su precio más elevado —en comparación con los discos duros tradicionales—, se está convirtiendo a pasos agigantados en el estándar de la industria.
En esencia, las SSD no son muy diferentes de las tradicionales unidades flash USB: el medio de almacenaje son semiconductores y no placas magnéticas, como en los discos duros originales. El resultado: un acceso más ágil a la información, menos pérdidas de la misma y un menor consumo energético —dado que no es necesario alimentar un motor ni existen partes móviles.
Ciertos equipos no son ya concebibles siquiera sin el uso de SSD, como, por ejemplo, los portátiles para juegos. De igual forma, aunque los servidores más modernos incorporan ya por defecto las unidades de estado sólido, no será siempre nuestro caso. Por ello, debemos asegurarnos de que los servidores de nuestro plan de hosting tienen esta tecnología incorporada —muy especialmente, si gestionamos contenidos dinámicos.
Certificado SSL
Un aspecto primordial de nuestro plan de hosting será la seguridad y la capacidad de nuestro servidor para establecer conexiones protegidas con los equipos de los usuarios. Aquí entran en juego los certificados SSL, que no son sino pequeños archivos de datos que vinculan una clave criptográfica a los detalles de una organización.
De hecho, es algo que todos conocemos y usamos a diario: si te fijas en la barra de direcciones de tu navegador, verás que accedes a ciertas páginas con el protocolo https. Este protocolo (que tiene un candado como símbolo) indica la utilización de un certificado SSL y que podemos llevar a cabo una transacción bancaria, un intercambio de datos o conectarnos a un servicio con nuestro nombre de usuario y contraseña sin riesgos para nuestra privacidad
Dominio
Los dominios son, simplemente, identificadores de sitios web con un aspecto más digerible y fácil de recordar que las largas cadenas numéricas que emplean los ordenadores para conectarse a los servidores y entre sí (las llamadas direcciones IP).
Por otro lado, estos mismos identificadores se emplean para ubicar los sitios web dentro de los servidores DNS y poder recuperarlos cada vez que alguien desea conectarse a ellos. Así, los dominios cumplen una doble función.
Un dominio suele estar compuesto por un nombre más un sufijo, separados por un punto ortográfico. Por ejemplo: .com, .net. .es, etcétera. La combinación de ambos constituye nuestro dominio: desde “manolitoperez.com” a “vuelosjavier.es”.
Una vez hayamos elegido el dominio perfecto, debemos asegurarnos de que no esté ya registrado: en los inicios de internet, era fácil dar con nombres redondos y breves; es más: muchos visionarios se hicieron de oro registrando dominios con nombres de empresas conocidas, como “nike.com”, y vendiéndoselos después a las empresas que los deseaban utilizar.
Hoy en día, se recurre más a dominios largos, incluso a frases enteras o eslóganes, y debemos pagar periódicamente para conservar nuestra propiedad intelectual sobre ellos. Si, por cualquier motivo, dejamos caducar su validez, ¡es habitual que terceras partes lo adquieran para revendérnoslo en un futuro!
Disponibilidad
La disponibilidad de nuestro sitio web se expresa, habitualmente, como un porcentaje, y se calcula a partir del número de horas que permanece en línea a lo largo de un año. Es, pues, una medida de su fiabilidad, y vamos ya a adelantarte que hasta los centesimales de este número son importantes.
Todos los servicios que consumimos en línea tienen un margen de error. Hay días en los que hasta se cae la página de Facebook, o en los que no podemos acceder a nuestra cuenta de Netflix, o en los que nuestra suscripción a World of Warcraft no nos garantiza el poder materializarnos virtualmente en Azeroth, porque… Precisamente: porque los servidores requieren de unas horas de mantenimiento.
Un servicio de hosting no es diferente. Incluso a pesar de las muchísimas y variadas medidas que se adoptan —desde la inversión millonaria en centros de datos a seguridad armada en la puerta de acceso a los servidores, pasando por redundancia geográfica o depósitos de combustible para mantener generadores auxiliares funcionando durante semanas en caso de desastre—, ningún proveedor de hosting puede garantizar un 100 % de disponibilidad. “Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”, reza el adagio popular en español.
Obviamente, cuando nuestro negocio consiste en acercarnos lo más posible a ese cien por cien, puede darse el desliz de prometer la luna (llena) a nuestros potenciales clientes para que nos elijan a nosotros en lugar de a nuestros competidores. Una disponibilidad de un 99,95 % es inferior a otra de un 99,96 %, pero ambas son alcanzables. Hasta una fiabilidad del 99,99 % podría ser realista, si nuestro proveedor ha hecho un dispendio y un ejercicio de ingeniería apabullantes. En estos casos, no está de más consultar en qué consisten sus argumentos —y más vale que la lista sea larga.
En cualquier caso, recuerda que los algoritmos de los buscadores, y muy señaladamente el de Google, nos pueden penalizar desplazándonos hacia abajo en la clasificación de resultados de búsqueda si nuestro sitio web no cumple unos mínimos de fiabilidad. Por eso, repetimos, hasta las centésimas importan.
Velocidad de carga
Hay pocas experiencias en línea más frustrantes que la de mirar fijamente a una pantalla en blanco mientras esperamos a que se carguen los contenidos de una página web y esta se vuelva completamente interactiva. La mejora tecnológica ha transformado las expectativas de los internautas radicalmente, que poseen una paciencia fácil de desbordar en milisegundos.
No solamente es una cuestión de experiencia de usuario (por otro lado, absolutamente vital para nuestro negocio), sino que ya en 2010 Google advertía de que la velocidad de carga de un sitio web afectaba directamente a su posición en las listas de resultados de búsqueda. Y los márgenes no son precisamente generosos: por ejemplo, el valor umbral de aceptabilidad para una página de comercio electrónico es de ¡dos segundos de velocidad de carga!
Sin embargo, la consecuencia más dolorosa tal vez sea la forma en la que la lentitud de carga se traduce en pérdida de beneficios. Hay estimaciones que cifran en un 7 % la caída de la conversión de un sitio web para un mero segundo de retraso en su carga. De este modo, un mal servicio de hosting puede redundar en una verdadera catástrofe para nuestro negocio.