¿Cuáles son las características de un plan de hosting?
Ancho de banda
¿Qué es eso de que no has visto aún Juego de Tronos? ¿Vives en una cueva? Y, en tal caso, ¿qué haces consultando planes de hosting?
Pero vayamos al grano. Si fueses un fiel seguidor de las andanzas de Khaleesi y compañía, tal vez hubieses experimentado lo mismo que muchos miles de usuarios de HBO: ver cómo se colapsa un servidor por excesivo número de conexiones simultáneas. Esta es nuestra forma —un tanto retorcida, lo reconocemos— de traer a colación el ancho de banda: la capacidad de servir a nuestros usuarios todos los contenidos que necesitan para visualizar nuestro sitio web.
Cuanto mayor ancho de banda poseamos, podremos transmitir un mayor número de datos a un mayor número de visitantes al mismo tiempo, de forma que nuestro servidor será capaz de lidiar con picos de tráfico de gran intensidad. Eso, precisamente, fue lo que no previó HBO: tanta gente quiso ver el último episodio de la serie simultáneamente que se superaron las previsiones de recursos del servidor, que acabó por dar un disgusto monumental a los fans durante varias horas.
Dar con el ancho de banda ideal para nuestro tráfico es una tarea ardua, precisamente porque el tráfico de un sitio web es volátil —pero las consecuencias de un error de cálculo pueden ser devastadoras para nuestro negocio, de modo que merece la pena sentarse delante de una hoja de cálculo y empezar a meter números hasta tener una buena idea de cuándo vamos a necesitar cuánto. Nada peor que ver cómo nuestro sistema se va al traste ante nuestros ojos en medio de la locura de las compras de Navidad.
Espacio en disco
Este apartado lo conoces bien de tu propio ordenador o teléfono móvil. La experiencia nos dicta que quedarse sin espacio en disco es más fácil de lo que en un principio parece –poco a poco, vamos copando nuestra capacidad de almacenaje a base de fotos, archivos multimedia o aplicaciones, hasta que no nos queda otra que empezar a borrarlos. Idealmente, podremos evitar este problema en nuestro servicio de hosting, por varias razones.
En primer lugar, porque toda cuenta de hosting pone a nuestra disposición un mínimo de espacio en disco que suele ser suficiente para un sitio web estándar. Tengamos en cuenta que el objeto de este espacio en disco no es subir a nuestra cuenta vídeos de gatitos, ni las 3.500 fotos de nuestras vacaciones en Menorca. Debemos guardar en él únicamente aquellos archivos que sean relevantes y necesarios para que los internautas puedan acceder a nuestra web y esta se cargue por completo en sus navegadores.
La segunda razón es que, de todos los factores, este es el más fácil de prever. Si necesitamos ampliar nuestro espacio en disco, lo sabremos con bastante antelación y será fácil anticiparnos.
Una única recomendación en este apartado: asegúrate de que tu sitio web se aloja en una unidad de estado sólido (las archifamosas SSD) y no en un disco duro magnético. Sin entrar en tecnicismos, la SSD gana por goleada en los apartados de velocidad y fiabilidad. Además, si un servidor no viene con SSD de serie, lo más probable es que esté anticuado también en otras especificaciones.
Certificado SSL
El certificado SSL es prácticamente una obligación para cualquier sitio web que se precie y quiera inspirar confianza en visitantes y clientes. Si nuestra organización carece de él, nuestras posibilidades en el mercado del comercio electrónico decaen exponencialmente.
La razón es la seguridad que aporta a las transacciones. Un certificado SSL no es otra cosa que un archivo –de muy pequeño volumen— que se intercambia entre los equipos participantes en algún tipo de interacción: desde visitar una página web a realizar operaciones de banca en línea. Ese archivo contiene información contrastada sobre nosotros, de modo que se garantiza que todos seamos quienes decimos ser. Es la piedra angular sobre la que se edifica cualquier negocio de comercio electrónico.
Además, el SSL encripta las conexiones con nuestro sitio web, cerrándole la puerta en las narices a los temibles y ubicuos piratas informáticos.
Dominio
“¡Taxi, por favor! ¡Lléveme rápidamente a 304.876.09.765!”. ¿Te imaginas la cara del taxista? Pues así nos sentiríamos también nosotros si tuviésemos que operar en internet introduciendo direcciones IP en nuestro navegador –y, lo que es peor, teniendo que recordar la IP de cada uno de los sitios que visitamos.
Los ordenadores solo saben de números: ese es el lenguaje en el que se entienden con servidores y otros equipos. Pero los humanos somos más de letras; necesitamos asociar lugares y cosas a un nombre –más o menos complejo— para poder recordarlas y ubicarlas.
Eso, precisamente, son los dominios: nombres para sitios web. Con la particularidad, de que ese mismo nombre lo ponemos en la barra de nuestro navegador también a modo de dirección. Si queremos visitar la página web de Nike, por ejemplo, tecleamos “nike.com”. Si queremos ir a Amazon, “amazon.com”, u otro subdominio del tipo “.es” (para su página de España), “.tr” (Turquía), “.de” (Alemania), etc.
La variedad de subdominios es enorme, y pueden aparecer al principio o al final del dominio. Debemos pensar cuál se ajustará mejor a nuestra página, ya que hay una diferencia ostensible en precio a la hora de registrar nuestro dominio (p. ej., .com es mucho más caro que casi todos los demás).
Recuerda que muchos servicios de hosting nos ofrecen la posibilidad de activar por defecto su opción de renovación automática de dominio –lo que nos puede ahorrar un buen disgusto si se nos olvida hacerlo manualmente. El negocio de los nombres de dominio ha sido de lo más boyante desde los inicios de internet.
Disponibilidad
Por disponibilidad se entiende el tiempo que un sitio web permanece accesible y operativo dentro de un determinado período de tiempo. Tal período de referencia suele ser de un año, pero hemos de asegurarnos de leer bien nuestro contrato, ya que nuestro proveedor podría definir su propio marco temporal.
Hay un par de cosas que hemos de tener claras en torno a la disponibilidad:
1. La primera de ellas, que garantizar una disponibilidad del 100 % es virtualmente imposible. Hay una miríada de cosas que pueden echar abajo ese porcentaje. Para empezar, todos los sistemas necesitan mantenimiento y actualizaciones, y los servidores no son una excepción. Incluso una infraestructura diseñada con múltiples duplicidades y una enorme inversión (configuración RAID de almacenaje, reflejos entre servidores, redundancia geográfica) es susceptible de sufrir incidencias a varios niveles simultáneos, desde catástrofes naturales a ataques DDOS contra sitios web específicos.
Movernos en disponibilidades superiores al 99,95 % es más aconsejable y, aunque la diferencia pueda parecer nimia, traducida en horas y en pérdidas de volumen de negocio está muy lejos de serlo.
2. De poco sirve que nuestro sitio web esté técnicamente disponible si nuestro servidor sufre problemas de rendimiento, o si nuestro ancho de banda y velocidad de carga están estrangulando nuestras transacciones. Por ello, la disponibilidad puede ser muy engañosa. Debemos monitorizar con regularidad el funcionamiento de nuestro sitio web y escuchar muy atentamente a nuestros clientes, ya que sus quejas nos alertarán de potenciales cuellos de botella o situaciones que deberemos resolver a la mayor brevedad. Nuestra fuente de ingresos depende de ello.
Velocidad de carga
La rapidez con la que conseguimos que nuestro sitio web aparezca visible en la pantalla de nuestros usuarios con perfecta capacidad para interactuar con ellos es un aspecto clave de los servicios de hosting. Aquí nos enfrentamos al terreno de la ciencia y las matemáticas.
¿Te suena la regla de los cinco segundos? Varía de familia en familia, pero consiste en eso que les dicen algunos padres a sus hijos cuando se les cae el bocadillo al suelo: “Si lo recoges en menos de cinco segundos, aún te lo puedes comer”.
Dejando de lado la poca base científica de una práctica desaconsejable, baste decir que eso cinco segundos, en el caso de tu sitio web, se convierten en tres; más de tres segundos para cargar tus contenidos y nadie va a querer recoger tu página de ese suelo virtual donde la pisotearán los motores de búsqueda.
Es una cadena difícil de romper, pero inexorable. Cuantos más usuarios ahuyente la lentitud de tu página, menos fiable la considerarán los algoritmos, relegándola hacia el final de la lista de resultados. Por ello, no debemos escatimar nunca esfuerzos en este apartado. La velocidad de carga no solo es dinero: puede condicionar el éxito o el fracaso de nuestra iniciativa empresarial.